miércoles, 16 de abril de 2008

Gloriosa Santa Clara

Publicado en la columna El lugar donde nací…
Boletín de la Asociación del centenario de la república cubana
N° 23 Paris, noviembre 2001
Publicado en la columna El lunací…
Boletín de la Asociación del centenario de la república cubana

Gloriosa Santa Clara fue el nombre oficial dado por sus fundadores, que tomaron como patrona a la Virgen Santa Clara de Asís. En 1867, la reina Isabel II le confirió el título de ciudad a la villa de Villaclara y once años más tarde, al dividirse la Isla en seis provincias, el teniente Gobernador general se refiere a la ciudad de Santa Clara, como la capital de la provincia del mismo nombre y que ya se conocía como Las Villas.
Con el nacimiento de la República, la provincia de Santa Clara se oficializó, y no fue hasta 1940 que recobró el de Las Villas. Cambiado en 1975 con una nueva división político-administrativa, Villaclara es una de las tres provincias centrales del país y Santa Clara, la capital que está a 33 kilómetros del centro geográfico de la isla. En esa ciudad vi la luz en julio del 62.
Levantada en la Loma del Carmen, extendida hasta la Loma de Belén y protegida por la Loma del Capiro, Santa Clara se deja acariciar por el Cubanicay y el Bélico que de sur a norte atraviesan la ciudad y dejan sus aguas en el río Sagua la Grande. Los muchachos de la época de mi padre conocieron un río Bélico limpio donde, en la mitad del siglo XIX, la benefactora de la ciudad, Marta Abreu, hizo construir cuatro lavaderos públicos para las mujeres pobres de la ciudad.

La ciudad vio acelerar su desarrollo al ser enlazada por ferrocarril con La Habana en 1873. Es la época en que Marta Abreu, hace construir el teatro La Caridad y muchas otras obras de beneficio social.
En la década del veinte, Gerardo Machado, nacido en el pueblo de Camajuaní, a 25 km de la ciudad de Marta, y presidente de la República, aportó una imagen diferente a Santa Clara, que vio adoquinar sus calles, mejorar el alumbrado público y dotarse de una red de acueducto y alcantarillado.
La carretera Central, atravesaría la ciudad del oeste al este dejando ver a su derecha uno de los más sólidos edificios de la época: el Palacio de Justicia, con su Parque de la Audiencia tocado al centro con el monumento a la Independencia y la estatua a José Miguel Gómez.

La ciudad de Santa Clara no tiene encanto especial. A la falta de la brisa marina y de un caudaloso río, se conforma de estar flanqueada al este por la Loma de Pelo Malo, rica en mármol verde y al sur por el Cerro Calvo, que es la puerta hacia las montañas del Escambray. Mi “pueblo” está bañado de un eclecticismo que no permite definir una línea arquitectónica. Se puede caminar difícilmente por sus aceras de tan estrechas que son, razón por la cual los santaclareños caminan por la calle.
Las edificaciones, excepto en los alrededores del parque Vidal, no tienen soportales para protegerse del sol. Santa Clara vive entre luces, sombras y atardeceres rojizos en dirección a La Esperanza. Caminando por sus calles apenas nos damos cuenta de sus modestos balcones torneados, y escasos guardavecinos. Sin embargo, las grandes ventanas con sus rejas en hierro forjado atesoran secretos detrás de sus postigos, y los aleros estrechísimos cobijan una población de gorriones que vigilan el ir y venir de la gente.
Curiosamente, la ciudad llama parques a sus plazas, y éstos no abundan en el perímetro urbano. El parque Vidal, que fue la Plaza del Recreo, acapara toda la atención. Paso obligado en la vida cotidiana, el parque dispone de anchos paseos con bancos, palmeras y viejos árboles que llegada la noche se llenan de totíes, un pájaro que huye del campo por temor a las lechuzas. Al centro del parque la glorieta acoge la Retreta Municipal, cada miércoles. Frente al teatro, una fuente casi siempre seca donde todos nos metimos cuando pequeños: la fuente del niño de la bota. La estatua en bronce, comprada en Nueva York en una casa de antigüedades, en los años veinte, es el símbolo de la ciudad.
Yo no conocí la Parroquial Mayor que estaba construida en el cuadrante sureste del parque Vidal y demolida en 1923, tampoco La Nueva Cubana, cuyo edificio art déco fue demolido para en su lugar levantar Los Paragüitas, muestra de la arquitectura “revolucionaria” de los 60, como lo es la heladería Coppelia, edificada en la Plaza del Mercado, un edificio de tres pisos lleno de comercios que los de mi generación no conocimos.
Alrededor del parque se levanta el teatro La Caridad de estilo neoclásico, el Instituto de Segunda Enseñanza, el Ayuntamiento que es ahora la emisora radial CMHW, el Gobierno Provincial que es la Biblioteca Martí, con su flamante Salón de los Consejos, el colonial Museo de Artes Decorativas, y por mucho tiempo el único edificio alto de la ciudad: el Gran Hotel devenido Santa Clara Libre, entre el otrora Royal Bank of Canada y el vetusto Liceo de Villa Clara que fue inaugurado en 1927.
Cuando el viajero desciende en la Estación de Trenes, no encontrará habitación en el Hotel Suizo, convertido en albergue de los empleados del ferrocarril, atravesará el viejo parque de los Mártires y no se sorprenderá ante lo que fue la Escuela Normal de Maestros con frescos de pintores cubanos ya desaparecidos y que por mucho tiempo estuvieron bajo una gruesa capa de cal. Más adelante, tropezará con la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en cuyo parque se levanta un tamarindo en el medio de 18 columnas gravadas con el nombre de las familias que fundaron la villa.

El Hotel Central, el Florida, el Pasaje y el Virginia ya no son hoteles. El América y el Modelo, lo son sin ninguna reputación, y el Brístol murió, a pesar de estar frente al Hospital Viejo. Al caer la tarde, el parque de la Pastora que abraza en ángulo la vieja iglesia de la Divina Pastora, se llena de abuelos y parejas buscando la brisa de sus frondosos árboles.
Santa Clara devino industrial a principios del 60, cuando la ciudad vio desaparecer sus viejas pequeñas industrias y construyó al noroeste una industria mecánica nacional y en los terrenos del viejo aeropuerto, una fábrica de electrodomésticos diversos. Pero Santa Clara nunca ha perdido su vocación de ciudad estudiantil que le ha permitido una imagen joven y cultural intensa. La Universidad Central de Las Villas, en la periferia de la ciudad, fue construida en pleno campo en la década del 50, y todo ese verdor le ha valido una reputación excelente, junto a sus edificios de línea moderna, la infraestructura de servicios, el central azucarero en talla reducida, el planetarium y el jardín botánico.
Como buen “pilongo”, amo Santa Clara, amo sus calles estrechas, sentarme en el parque y escuchar las campanadas del reloj del viejo Ayuntamiento, mirar la bruma del Bélico recostado a su malecón o chocar con su gente en días de Verbena en la calle Gloria. ©cac-2001