miércoles, 22 de octubre de 2008

Cornisas en las fachadas santaclareñas

Me imagino que si vieron los aleros de Cuenca, luego al ver un tejaroz santaclareño, hayan cerrado la página decepcionados. Santa Clara fue una villa fundada como refugio por remedianos desesperados y desgraciadamente no levantaron el caserío en un valle azucarero como el de los Ingenios a dos pasos de Trinidad. Por supuesto, les presentaré más adelante la que otrora fue capital de la sacarocracia cubana. También caminaremos por San Juan de los Remedios, porque siento una gran afección por esta vieja villa cubana.
Pero volvamos a Santa Clara. Poco queda en la ciudad de su pasado colonial. Con la República en 1902, se abrió una brecha en la evolución urbana que fue saneando el habitat y la vivienda comenzó a transformarse, como también lo hicieron la administración y las instituciones. Desde comienzos del siglo XX se observa un empeño por mejorar la imagen urbana y las nuevas construcciones, sobretodo aquellas que florecieron al final del veinte y en las dos décadas posteriores. Fue entonces cuando el alero o tejaroz comenzó a desaparecer. Los maestros de obras de las casas que se construyeron despreciaron ese borde del tejado que sale fuera de la pared y se aventuraron en una carrera loca de cornisas y frisos, con adornos, molduras, sostenidas por canecillos y por series de arcos muy pequeñitos. Aún quedan casas en Santa Clara con hermosas cornisas, otras, el tiempo las ha olvidado y sus moradores a falta de recursos, no le pusieron atención. Caídas, agrietadas, derrumbadas y en el mejor de los casos, aún visibles detrás de los puntales que sostienen la fachada ante un inminente derrumbe. Las cornisas no solo decoraron las fachadas de las viviendas, también pueden apreciarse en las bodegas de chinos y españoles que existían en todas las esquinas de pueblos y ciudades. Comprueben ustedes como termina el patrimonio urbano por falta de atención. La foto de la izquierda tomada el 15 de julio del 2004 muestra el estado deplorable del inmueble. La foto siguiente fue tomada tres semanas más tarde una vez demolida la bodega.

La moda de la marquesina, un alero de cemento armado, feísimo, sin gracia, apareció en las fachadas de las casas cuyos propietarios fatigados de la teja y del goteo en temporada de lluvias y ciclones, optaron por consolidar sus techos con cemento armado. Esa moda aniquiló buen número de fachadas del centro histórico de la ciudad. Hubo quienes con la ayuda de arquitrabes y cerramentos, y columnas interiores, alcanzaron a mejorar sus techos sin transformar esas fachadas que como pasteles todavía pululan en la ciudad del Bélico. ©cAc-2008


lunes, 20 de octubre de 2008

Los aleros de Santa Clara

Los aleros de casas de Santa Clara

Santa Clara es una ciudad eclética en su arquitectura urbana. La ciudad de estilo colonial dio paso a la ciudad neocolonial. En este salto, las casas con aleros casi desaparecieron y los que vemos hoy día están en muy malas condiciones por los años y la falta de mantenimiento urbano. Evidentemente, nunca los aleros del casco colonial de la ciudad de Marta tuvieron el colorido y el esplendor de sus pares cuencanos. En absoluto.

Cuenca (Ecuador)

Me quedo boquiabierto cuando veo el estado de los aleros que sobreviven en muchas casas santaclareñas. La casa de mis padres, cuyo año de edificación es 1916, aún conserva sus aleros como la casa vecina, ambas construidas por el mismo maestro de obras. El alero o borde del tejado, no solo protege a los pasantes del sol o de un lloviznazo que no se espera. Es el sombrero de la casa, quien protege de la lluvia cuando viene “de frente”, como dicen los viejos, y quien sirve de refugio a los gorriones que hacen sus nidos en los huacales de las tejas y en las vigas aireadas.

En las tardes calurosas, mientras ya el sol va de pasada y la familia se sienta en la sala, afuera, los gorriones revolotean y arman su algarabía. Y a veces, alguno que otro, osa entrar en la sala, se posa sobre una lámpara y observa a los abajo sentados, luego planea, deja escapar un grito de alegría y vuelve a salir por la ventana enrejada.

Los aleros que rebasan la línea de la pared se conocen como “corridos”, y “de mesilla” aquellos que vuelan horizontalmente. Los “de chaperón” son los que no tienen canecillos, es decir, cuando la cabeza de la viga no sobresale al exterior. Son los más frecuentes en Santa Clara. La rehabilitación de muchas casas de Santa Clara, por sus propietarios, queriendo “mejorar” el estado de la vivienda, o resolver sus problemas de habitabilidad ha traído consigo la desaparición, desgraciadamente, de ese viejo encanto de las fachadas coloniales y neocoloniales.

Qué les parece, si cuando al caminar por las calles del centro, levantamos la cabeza, bien para admirar un viejo alero bien para evitar un accidente, no vaya a ser que una teja se desprenda de un alero carcomido por el tiempo y no podamos evitar el golpetazo. ©cAc-2008

lunes, 6 de octubre de 2008

Coches tirados por caballos, caballos arrastrando carretones...

Hace poco vi un coche de caballos en la parisina rue Saint-Antoine. Un bonito coche tirado por dos hermosos caballos. Mi primer pensamiento fue para mi padre, que fue un excelente jinete y todavía un gran admirador de caballos finos y de “pura sangre”. También a mí me gustan los caballos, por su nobleza, por su inteligencia. No levantaba dos cuartas del suelo, cuando mi padre me regaló un potrico. Pero para entonces ya le había cogido el gusto a la bicicleta.
En mis años de primaria, tenía dos posibilidades para ir a la escuela: la ruta 3 “Terminal-Universidad” o un coche de caballos. Cuando la ruta demoraba en salir, yo cruzaba la calle y me instalaba en el coche que estuviera a la cabeza. El viaje en la guagua costaba un “medio” (cinco centavos) y el coche una peseta (20 centavos). Yo prefería el coche, y sobretodo porque había trabado amistad con un cochero muy gentil, que se llamaba Benito. Su mirada azul inspiraba confianza a los padres que nos dejaban a su cuido. Benito, flaco como una vara, siempre tocado con un sombrero de yarey y camisas a cuadros como un vaquero, era muy precavido cuando bajaba Nazareno y cruzaba la carretera Central, en aquella época en que todavía no se soñaba con la autopista y era la columna vertebral de todos los desplazamientos de un extremo al otro de la isla.

Los coches de caballos de Santa Clara, una especie de calesa como las del tiempo de la colonia, desaparecieron un buen día. Pero lo que desaparece puede volver a aparecer, aunque no siempre con cocheros como Benito ni coches como los que disfruté siendo niño. Se perdieron las guaguas y los coches. Y aparecieron carretones tirados por caballos escuálidos, indefensos ante el látigo poco misericordioso de los carretoneros que se ensañan con el animal cuando éste ya no tiene fuerzas para arrastrar el peso de los pasajeros. ©cAc-2008